lunes, 27 de enero de 2014

La política en el sexo: una provocación pornográfica

QuéPasaColima.- Todo es asunto de sexo, excepto el sexo. El sexo es un asunto de poder” (Francis Underwood, en House of cards).

(26 de enero, 2014)-Hay política en el cuerpo. Esto quiere decir, por lo menos, dos cosas. En primer término, que el cuerpo es objeto de una lucha por el poder, el cual se ejerce a través de mecanismos más o menos velados de control o de subordinación. Pero, en segundo término, la afirmación inicial quiere decir también que el cuerpo es un agente activo de esta lucha por el poder, del cual dependen sus propias posibilidades de emancipación. El poder es la capacidad de ejercer dominio, pero también de revertirlo. Max Weber y Hannah Arendt cohabitan intensamente en los cuerpos. Michel Foucault completa el ménage à trois.

El cuerpo posee una dimensión sexual y ésta es también, por supuesto, un espacio político en el cual se confrontan la voluntad de dominio y el deseo de emancipación. Hay política en el sexo, por eso éste es un asunto de poder. La sexualidad participa en un juego maquiavélico entre el sermón de una casta sacerdotal, la reivindicación del derecho a decidir sobre el propio cuerpo, la explotación comercial del mercado capitalista, la violencia de género, la resistencia feminista a la objetivación, la descolonización de las identidades, etc. El sexo está siempre involucrado en alguna posición del Kama Sutra del poder.

La pornografía es un caso en el cual las luchas por el poder sexual se han  configurado de distintos modos y se han verbalizado de distintas maneras. Particularmente llamativa resulta la postura sexo-política recientemente expuesta en la alcoba pública sueca por la presidente de la Liga para la Juventud de Izquierda, Johanna Granbom. Apenas el mes pasado, Granbom proponía con indignación prohibir la pornografía diseñada por la industria capitalista para el consumo masivo de los hombres; pero, a diferencia de otros actores sexo-políticos más fundamentalistas y conservadores, no censuraba toda clase de pornografía, sino que defendía la producción de un “porno crítico” dirigido a mujeres, parejas interraciales y no-heterosexuales. La respuesta generalizada, casi instintiva, fue la descalificación y ridiculización  de esta “feminazi”. El punto Gräfenberg en disputa, tanto de la estrambótica propuesta como de las más zafias o pueriles invectivas, no es el sexo en sí mismo, sino el poder (su conquista o su conservación). La pornografía, como representación explícita de la sexualidad para el consumo y la excitación de un público, es un canal a través del cual se despliega poder.

El poder desplegado en la pornografía puede ser un vehículo político de liberación sexual, pero también de violencia, degradación y sometimiento (sin mencionar el crimen y la perversidad). La pornografía ha irrumpido, en escenarios de tiranía moral o religiosa, como expresión de una liberación sexual que expresa abiertamente deseos y fantasías políticamente reprimidas. Su proscripción en esas circunstancias es cuestionada como una manifestación de autoritarismo fundamentalista que, con el pretexto de salvaguardar los valores y las buenas costumbres de una sociedad, trata de imponer un cinturón de castidad a la abierta representación de las pasiones para mantener su bondage moral o espiritual. Sin embargo, algunas feministas han señalado también que la pornografía puede encarnar en la misma medida un mecanismo físico o representacional de violencia, subordinación, humillación o exclusión.

Frente a esto precisamente, más allá de cualquier Morality in Media, un grupo de feministas suecas (representadas ahora por Johanna Granbom) ha expresado desde hace algún tiempo su rechazo radical hacia la pornografía estándar, pero ha pretendido  combatirla políticamente mediante una pornografía alternativa. El proyecto no es nuevo, ya en el 2009 estas feministas consiguieron una considerable subvención del gobierno para llevarlo a cabo, logrando la producción de una serie de trece cortometrajes pornográficos realizados con un enfoque crítico y una estética experimental: Dirty Diaries, dirigidos principalmente a un público de mujeres.


La pretensión de estas películas era exponer una sexualidad marginada por la pornografía hegemónica y, con ello, contribuir a la lucha contra la violencia y la sumisión sexual. De esta forma, ellas han pretendido utilizar esta clase de pornografía como una herramienta política contestataria, es decir, como un intento de afirmar el poder por medio de una articulación discursiva y representacional provocativa. Las reacciones favorables revelan un acuerdo relativo en torno a los motivos; pero quizás sea más interesante considerar las reacciones adversas, pues son éstas las que contribuyen a visibilizar en mayor medida una anomalía en el equilibrio sexual de poder.

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