QuéPasaColima.- Todo es asunto de sexo, excepto el
sexo. El sexo es un asunto de poder” (Francis Underwood, en House of cards).
(26 de enero,
2014)-Hay política en el cuerpo. Esto quiere decir, por lo menos, dos cosas. En
primer término, que el cuerpo es objeto de una lucha por el poder, el cual se
ejerce a través de mecanismos más o menos velados de control o de
subordinación. Pero, en segundo término, la afirmación inicial quiere decir
también que el cuerpo es un agente activo de esta lucha por el poder, del cual
dependen sus propias posibilidades de emancipación. El poder es la capacidad de
ejercer dominio, pero también de revertirlo. Max Weber y Hannah Arendt
cohabitan intensamente en los cuerpos. Michel Foucault completa el ménage à
trois.
El cuerpo posee una
dimensión sexual y ésta es también, por supuesto, un espacio político en el
cual se confrontan la voluntad de dominio y el deseo de emancipación. Hay
política en el sexo, por eso éste es un asunto de poder. La sexualidad
participa en un juego maquiavélico entre el sermón de una casta sacerdotal, la
reivindicación del derecho a decidir sobre el propio cuerpo, la explotación
comercial del mercado capitalista, la violencia de género, la resistencia
feminista a la objetivación, la descolonización de las identidades, etc. El
sexo está siempre involucrado en alguna posición del Kama Sutra del poder.
La pornografía es
un caso en el cual las luchas por el poder sexual se han configurado de distintos modos y se han
verbalizado de distintas maneras. Particularmente llamativa resulta la postura
sexo-política recientemente expuesta en la alcoba pública sueca por la
presidente de la Liga para la Juventud de Izquierda, Johanna Granbom. Apenas el
mes pasado, Granbom proponía con indignación prohibir la pornografía diseñada
por la industria capitalista para el consumo masivo de los hombres; pero, a
diferencia de otros actores sexo-políticos más fundamentalistas y
conservadores, no censuraba toda clase de pornografía, sino que defendía la
producción de un “porno crítico” dirigido a mujeres, parejas interraciales y
no-heterosexuales. La respuesta generalizada, casi instintiva, fue la
descalificación y ridiculización de esta
“feminazi”. El punto Gräfenberg en disputa, tanto de la estrambótica propuesta
como de las más zafias o pueriles invectivas, no es el sexo en sí mismo, sino
el poder (su conquista o su conservación). La pornografía, como representación
explícita de la sexualidad para el consumo y la excitación de un público, es un
canal a través del cual se despliega poder.
El poder desplegado
en la pornografía puede ser un vehículo político de liberación sexual, pero
también de violencia, degradación y sometimiento (sin mencionar el crimen y la
perversidad). La pornografía ha irrumpido, en escenarios de tiranía moral o
religiosa, como expresión de una liberación sexual que expresa abiertamente
deseos y fantasías políticamente reprimidas. Su proscripción en esas
circunstancias es cuestionada como una manifestación de autoritarismo
fundamentalista que, con el pretexto de salvaguardar los valores y las buenas
costumbres de una sociedad, trata de imponer un cinturón de castidad a la
abierta representación de las pasiones para mantener su bondage moral o
espiritual. Sin embargo, algunas feministas han señalado también que la
pornografía puede encarnar en la misma medida un mecanismo físico o
representacional de violencia, subordinación, humillación o exclusión.
Frente a esto
precisamente, más allá de cualquier Morality in Media, un grupo de feministas
suecas (representadas ahora por Johanna Granbom) ha expresado desde hace algún
tiempo su rechazo radical hacia la pornografía estándar, pero ha
pretendido combatirla políticamente
mediante una pornografía alternativa. El proyecto no es nuevo, ya en el 2009
estas feministas consiguieron una considerable subvención del gobierno para
llevarlo a cabo, logrando la producción de una serie de trece cortometrajes
pornográficos realizados con un enfoque crítico y una estética experimental:
Dirty Diaries, dirigidos principalmente a un público de mujeres.
La pretensión de
estas películas era exponer una sexualidad marginada por la pornografía
hegemónica y, con ello, contribuir a la lucha contra la violencia y la sumisión
sexual. De esta forma, ellas han pretendido utilizar esta clase de pornografía
como una herramienta política contestataria, es decir, como un intento de
afirmar el poder por medio de una articulación discursiva y representacional
provocativa. Las reacciones favorables revelan un acuerdo relativo en torno a
los motivos; pero quizás sea más interesante considerar las reacciones
adversas, pues son éstas las que contribuyen a visibilizar en mayor medida una
anomalía en el equilibrio sexual de poder.






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